Canales, más barra libre de cobardía y asco
Si hay una expresión de la que abusamos, con gratuidad, los periodistas deportivos, esa es “esto es un escándalo”. La falta de originalidad de la prensa, no obstante, no debe ser obstáculo para calificar la sanción a Sergio Canales así: “Escándalo”. Lo es. En mayúsculas. Al jugador del Betis, que no había sido expulsado ni una sola vez en casi más de 400 partidos, le echaron en octubre de 2022, por protestar una decisión de Mateu Lahoz. En febrero de 2023, preguntado por aquel episodio, Canales dio su versión en una entrevista posrpartido. Y ahora, Competición, que vive en los mundos de Yupi, en una burbuja completamente aislada de la sensibilidad, ha decidido consumar la antología del disparate sancionando a Canales con cuatro partidos más. A ropa, que hay poca.
Antes del estallido del ‘caso Negreira’, eran legión los aficionados que, en su interior, tenían motivos para pensar que la competición desprendía hedor a cloaca. Ahora, más allá de la condena social y el ruido mediático, el personal tiene argumentos para pensar que la justicia deportiva de nuestro fútbol se aplica con dos velocidades. Si se trata de sancionar a los poderosos, la justicia deportiva es paralítica. Si debe castigar a los menos poderosos, la justicia deportiva es supersónica. A los grandes, el culo. A los menos grandes, con perdón, por el culo. Unos tienen barra libre. El resto siempre paga. La sanción a Canales, injusta, arbitraria y desproporcionada, en cuanto al fondo y las formas, es vergonzosa. Bien está que se proteja al estamento arbitral para que nadie dude de su honradez, pero una cosa es eso y otra, bien distinta, ampararse en ese derecho para usar el reglamento para perseguir con saña a unos y lavar con agua de rosas los pies de otros.
Si el asunto es que los jugadores no puedan hablar, ni protestar, ni siquiera toser sus decisiones, adelante. El problema es que ni el arbitraje ni la justicia deportiva se puede arrogar el papel de funcionarios de una ‘Stasi’ moral que aplica sus sanciones y sus reglamentos con una doble vara de medir. Si un delantero de un equipo poderoso insulta a un árbitro en su cara, pasapalabra. Si un defensa de un equipo potente pone en solfa al colegiado, pasapalabra. Si un entrenador deja caer que un árbitro se ha inventado un penalti, chitón y mano al botón. La película cambia con el color de la camiseta. Si se queja José Gayà, se le aplica la máxima pena. Si pasa por allí Renato Tapia, paredón deportivo. Y si el que no agacha la cabeza es Sergio Canales, otra que te meto, Aniceto. ¿Saben qué árbitro estará en el VAR el Atlético-Betis, sin Canales? Premio. Mateu Lahoz. Tan previsible como innecesario. Sensibilidad, para qué. Tacto, para qué. Que siga la fiesta.
El fútbol español, envuelto en un problema reputacional grave, tiene que reflexionar. Los clubes deben quejarse menos y hacer más. Pagan la fiesta y tienen que mover ficha, depurar responsabilidades, regenerar instituciones y cambiar reglamentos disciplinarios. Se necesita un cuerpo arbitral renovado, un cuerpo independiente de VAR y una justicia deportiva que no sea "13 Rue del Percebe". Nadie puede seguir creyendo en una competición donde algunos pringan y otros juegan con otras reglas. Nadie puede creer en un fútbol donde hay barra libre para unos pocos y otros muchos pagan siempre. Lo de Canales es el penúltimo episodio de una justicia deportiva cobarde, que empieza a dar mucho asco y que no se puede seguir normalizando. Se están cargando el fútbol.
Rubén Uría