Perdón, pero no se puede pensar que esto es el último adiós

Messi
Lionel Messi sueña con la final del Mundial Qatar 2022; jugó un torneo brillante que habilita a proyectar, pese a sus propias sensaciones. 

Perdón, pero no se puede pensar en otra cosa. Perdón, pero es necesario negarse a la sensación del propio jugador, que ya admitió que era muy probable que fuera el final. Perdón, pero no se puede creer que este sea el último Mundial de Messi.

Tiene 35 años. Se nota. Por momentos se ausenta de los partidos. Camina. Alguna estadística muestra que es el jugador que más se movió al ritmo de la caminata durante el Mundial Qatar 2022. Qué importa. Alguna que otra vez pierde un mano a mano o llega tarde a una segunda jugada. No alcanza un rebote o no llega a presionar de la manera más exigente, como bien describió Van Gaal. Y qué importa.

Pero Lionel Messi transformó al Mundial de Qatar. Lo electrizó, como cuando se metió en el área de Australia con ese pasito corto, como pidiendo permiso. Lo hizo poema, cuando metió un pase filoso entre la defensa central de Países Bajos. Lo inmortalizó, cuando metió el bombazo contra Memo Ochoa. Lo hizo épico, cuando se le plantó mano a mano a todo el banco de Países Bajos. Lo volvió meme con el famoso "¿qué mirás, bobo?". Lo hizo todo.

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Y si Messi hace todo esto a los 35 años, ¿cómo se puede pensar que en el próximo Mundial no podrá regalar al menos alguna de estas facetas?

"Ya está grande, tiene 35, no 20. Es imposible que juegue a lo mismo que cuando tenía 19 o 20, ya tiene 35, pero puede jugar hasta los 40, si él quiere", dijo Valderrama en una nota con Goal. Y agregó: "Pasa que él no puede jugar así, porque la diferencia siempre fue la individual, la velocidad. Él sabe jugar a un toque o dos y si quiere puede jugar así, porque tiene gol, buena pegada. Pero a él no le gusta jugar así, le gusta jugar como en el barrio, ese es el estilo de Messi, por eso siempre fue el mejor".

¿Y si en algún momento la cabeza le hace 'clic'? ¿Y si se vuelve otro jugador? Con sus características, podría ser un centrodelantero definidor, rematador, finalizador de jugadas. Como alguna vez lo fueron Romario o Ronaldo Nazario. O, también, un doble cinco creador, generador, elaborador. Como en alguna secuencia lo hace en PSG. Como Matthäus, que en algún momento se tiró para atrás, donde la velocidad es otra, y vio todo con mayor lucidez.

Podría reconfigurarse. Dejar de ser el que se pasa tipos mientras se hamaca para un lado y otro. Abandonar la idea de acelerar bien cortito y perder piernas rivales en el camino. Desgastarse menos.

No tuvo lesiones graves. Varios desgarros al inicio de su carrera (en el 2006 fue el más complicado; una rotura de cinco centímetros del bíceps derecho lo tuvo 79 días de baja; luego, en el 2008 tuvo otro complicado que lo dejó inhabilitado por 42 días; en el 2013 tuvo otro de los más profundos y lo dejó la misma cantidad de tiempo afuera). Una rotura del ligamento lateral izquierdo de la rodilla que lo dejó afuera de los campos por 56 días en el 2015. Una fractura del quinto metatarsiano del pie izquierdo que lo marginó por 90 días. Es decir, en más de 15 años de carrera jugando al nivel más alto nunca estuvo más de tres meses parado.

La cuestión de Messi, el Mundial y la Selección argentina va por el lado de la necesaria comunión. La sensación es que el capitán argentino mueve al mundo cada vez que juega con la Albiceleste. Los ojos del planeta se posan en él. Es su momento. Es su tiempo. Es su ritmo. 

Ese magnetismo tiene una evidente atracción pero también genera un poder hacia el otro lado. Cuando no esté, el vacío será imposible de cubrir, como lo fue con Pelé en Brasil (que estuvo 24 años sin salir campeón del mundo) o Maradona en Argentina (cuyo Mundial de 1986 es todavía un charco gigante de agua en medio de un desierto que se hace cada vez más infinito y vasto). 

Creer que esto es el final es entrar en un hilo demasiado fino. Como Zidane en el 2006. Su leyenda no se manchó por el cabezazo a Materazzi en la final contra Italia. Pero qué horrible final. Tenía 35 años.

¿Y si no hace falta jugar los 90 minutos de todos los partidos? Si Messi se vuelve un símbolo que, desde el banco, le saca presión a los compañeros, se lleva todas las luces, disfruta de un verdadero último adiós y entra a la cancha a resolver. Con menos desgaste. Con menos obligación. Con menos necesidad. ¿Y si alcanza el récord de seis Mundiales jugados?

Es egoísta porque casi nadie cuenta que casi todos los cumpleaños de su vida los pasó en la concentración de la Selección argentina. Es injusto porque nadie anota las vacaciones perdidas por jugar con la camiseta albiceleste. Es ingrato porque, en caso de perder, los palos van a llegar. Es frustrante porque ganar, salir campeón, es demasiado difícil. Es una eterna mochila ser parte de un equipo que dependa siempre de él. Pero igual. La sensación no se puede esquivar. Perdón, Messi, pero duele creer que esto sea el final. No se puede pensar que este sea el final. 

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