Mendilíbar y la sopa de ajo
Si existe una ley esculpida en piedra en el imaginario de los aficionados, es la que pronunció hace años Jorge Valdano, con su musicalidad habitual: 'El fútbol es un estado de ánimo'. Que se lo digan a los fieles de Nervión. El Sevilla, en un abrir y cerrar de ojos, ha pasado de la depresión a la euforia, de una temporada digna del contenedor de la basura a una campaña que podría terminar oliendo a plata. ¿Qué ha cambiado? Nada. Todo. El entrenador. Y los resultados. En el fútbol profesional ganar no es lo más importante. Es lo único. Y ahora se gana. El sevillismo, ávido de gloria, y el periodismo, colaborador necesario en elevar a las nubes a los mismos a los que pega si están en el suelo, coincide en señalar que el cambio en el estado de ánimo se debe a una vitamina 'B-12': José Luis Mendilíbar.
Apoyados en la ciencia estadística (cuando se gana todo es de color de rosa y cuando se pierde nada sirve), los "Mendilibers" están de enhorabuena. En apenas un puñado de partidos, los que dudaban de 'Mendi' y los que siempre han creído en su capacidad, han destacado, loado y alabado la personalidad del vasco. Hemos escuchado, visto y leído que Mendilíbar es mano de santo, que es el gran artífice de este cambio, que he reseteado al vestuario, que le ha puesto sentido común al equipo y, con gran profusión en el encabalgamiento, le estamos contando al personal que Mendilíbar tiene una varita mágica y que todo lo que antes olía a gas fétido, ahora huele a agua de rosas. Las cosas no son del todo así, pero así se las contamos.
Mendilíbar es un señor entrenador. Siempre lo ha sido. Es de la vieja escuela. No se las da de inventor, no busca cosas raras, tira de discursos corto y cree que el entrenador se tiene que adaptar a sus jugadores y no al revés. Gane o pierda, lleva toda la vida haciendo lo mismo. Aplica recetas sencillas: Trabajar, no vender humo y tratar de jugar directo en campo contrario. Huye del 'panenkismo ilustrado' (de la pedantería mediática de moda, no del comunicador futbolístico y sus conocimientos), reniega de las nuevas tecnologías, aparta las modas y maneja un vocabulario sencillo, natural, en un discurso para todos los públicos, más cercano a la barra del bar que a los libros de táctica, y donde hay más tacos que 'bloques bajos' y 'jugadores líquidos'. Mendilíbar no va por la vida con aire de Ministro de Asuntos Exteriores, intenta simplificar el juego y en plena era del ego hecho banquillo, se ha metido a público y crítica en el bolsillo.
Sin embargo, ahora que llueven elogios, ahora que todos se suben al barco del vasco, ahora que la crítica regala parabienas y ahora que hay quien sostiene que Mendilíbar ha inventado la sopa de ajo cuando precisamente presume de no haberla inventado, conviene tener un poco de sentido común. Incluso de cierta vergüenza torera. José Luis Mendilíbar, que ha debutado en Europa con 62 años, siempre ha sido un gran entrenador. Uno magnífico. Y seguiría siendo exactamente el mismo, un gran entrenador, en el caso de que el Sevilla no hubiera levantado cabeza, hubiera sido eliminado por el United y siguiera peleando por no bajar. Conviene recordarlo. Tenerlo presente. Porque en este fútbol de nuestras entretelas, donde se pasa de puta a monja en un minuto, y viceversa, lo más importante es ganar.
Cuando ganas, eres Dios. Pero si pierdes, como decía Manolo Preciado, tampoco eres la última mierda que cagó Pilatos. Mendilíbar es un gran entrenador. Lo es ahora, cuando gana y todos aplauden. Y lo seguirá siendo cuando pierda y todos silben. Si algunos han descubierto ahora a Mendilíbar, enhorabuena. La verdad es que, más allá de la euforia del hincha y del elogio desmedido del periodismo, convendría tener un punto de mesura. Conviene no creer que Mendilíbar ha descubierto la sopa de ajo cuando, precisamente, Mendilíbar lleva toda la vida presumiendo justo de lo contrario, de no haberla inventado.
Rubén Uría