Cuando es fácil pegar a alguien que está en el suelo
Conviene no esconderse. Ni ponerse de perfil. Mejor hacer examen de conciencia. Cuando el Atlético de Madrid decidió fichar a Rodrigo De Paul, quien esto escribe pensó que se trataba de un excelente fichaje del club. Primero, por su relación calidad-precio. Segundo, porque su estilo de juego parecía irle como anillo al dedo al equipo del Cholo. Y tercero, porque había completado una Copa América excelente. Básicamente, la llegada de RDP al Metropolitano fue aplaudida por todos los estamentos colchoneros: club, vestuario, afición y satélites periodísticos. Iba a triunfar. La realidad, que es tozuda, desmintió a todos. Tras unos meses en Madrid, la historia de Rodrigo va camino de ser uno de los capítulos del libro de Miguel Gutiérrez: "Parecía un buen fichaje". Lo parecía, pero no lo está siendo.
Elevado a los altares por su capacidad para el pase largo y su rol de escudero de Messi, RDP generó expectativas gigantescas. No las está cumpliendo. Es más, está a años luz del jugador que vimos en la Copa América y por el que se peleaban varios clubes europeos. La decepción con De Paul está siendo tan brutal que, con el inestimable apoyo de las redes sociales, que multiplican lo bueno por dos y engordan lo malo por tres, De Paul ha pasado de tener estatus de crack a trato de medianía. De tener fibra de ídolo a ser carne de 'meme'. Hay quien, con extrema crueldad, airea que si le quitasen el 'flow', la planta de guapo, el gimnasio y los tatuajes, sería un jugador del montón. Es lo que tiene el fútbol. Se pasa de monja a puta en un santiamén, y viceversa. El protocolo es el habitual: la opinión pública, la que le había elevado a los altares, es la que ahora le azota en plaza pública y le arroja al barro. "Golfo", "vago", "pasota". Llueven los calificativos de grueso calibre. La herida sangra. El campo no miente, el mundo tuitea y la persona sufre.
En Argentina y el Atleti, el Atleti y Argentina, se preguntan dónde está el gran jugador que la rompía, competía y tenía un guante en la bota. Y a ambos lados del charco, las respuestas apuntan en una misma dirección. Que, de un tiempo a esta parte, se le recuerdan más asuntos extradeportivos que buenos partidos. De Paul se ha instalado en un bucle de negatividad y no sale del laberinto. Debe ponerse a la tarea más complicada que existe, en la vida y en el fútbol: tornar los pitos en aplausos y cambiar la desafección por cariño. En contra, su realidad. Parece haber perdido la confianza en su juego. A favor, la naturaleza del público del Atleti: esa afición siempre concede segundas oportunidades y se entrega con pasión a quien da todo en la cancha. La palabra clave, actitud. Si De Paul pone todo de su parte, si se emplea a fondo, si lucha por volver a ser el jugador que fue, sacará la pata de donde la ha metido. Depende de él.
¿Será capaz Rodrigo De Paul de revertir la situación y demostrar que es un buen jugador? La respuesta tiene dos letras, pero la palabra es una sola. El Atleti le necesita. Y Argentina, también. Es obvio que lo intenta casi todo y no le sale casi nada, pero el fútbol siempre da revancha. Y si trabaja duro, se la cobrará. Posdata: Es muy fácil pegar a alguien que está en el suelo.
Rubén Uría